
Cuando Cuba se me va en pedazos
Un testimonio íntimo sobre la pérdida, el éxodo y la resistencia desde la distancia
Hay días en que siento que Cuba se me va. No entera, no de golpe, sino en fragmentos que se desprenden con una lentitud que duele más que el desgarrón. Se me va en silencios, en noticias que llegan desde allá con la voz entrecortada, en las videollamadas que terminan con un “cuídate” dicho con demasiada gravedad.
Cuba se me va en la imagen de mi abuela cocinando bajo un techo que amenaza con caerse, mientras sigue removiendo el arroz como si aún quedara tiempo, como si la vida no se le estuviera yendo también a ella, cucharada a cucharada. Se me va en los amigos que deciden irse con los bolsillos rotos pero el alma firme. Se van con lo poco que tienen, pero con la certeza de que allá, quedarse también es una forma de perderlo todo.
Se me va Cuba en los niños que aprenden a resistir antes que a soñar. Que se acostumbran demasiado pronto a la escasez, a las colas, a la sospecha. A no esperar nada. Y eso —que un niño deje de esperar— es de las cosas más tristes que uno puede presenciar.
Camila y Ronny criaban a Fernando como quien defiende una trinchera. Lo protegían del ruido, del apagón, del desaliento. Inventaban futuro con lo único que les quedaba: amor. Un amor de esos que en otros países bastaría para levantar una casa, criar un hijo, llenar una vida. Pero en Cuba, a veces ni el amor alcanza.
Y entonces se fueron. Como tantos. Como yo. Como todos los que alguna vez amamos tanto que nos dolió quedarnos.
La foto que acompaña este texto muestra una calle cualquiera. Una bandera cubana ondea al viento. Al fondo, un letrero dice “GRAN hotel”. Irónicamente grande, irónicamente hotel, porque ya nadie entra. Ya nadie cree. Todo es ruina vestida de símbolo. Un país disfrazado de sí mismo.
Estas imágenes que hago, estos fragmentos que capturo, son mi forma de resistir. Mi trinchera personal. Mi intento de no rendirme del todo. De no soltar. De seguir mirando a los ojos a una Cuba que arde, aunque arda dentro de mí.
Cada clic es una forma de no olvidar. De quedarme un poco, incluso cuando me fui.
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